Siempre manda el amor

1.

Florencia está a 242 metros sobre el nivel del mar. Raúl acaricia el dorso de la mano de Toña y siente que el calor tropical los derrite. Cuando su mano está a punto de ser una misma sustancia con la de Toña, ella la quita. El calor los empuja a las sillas, los pone lentos a mediodía.

—Toña, qué rico sería meternos al mar—. Ella lo mira entre dormida y sofocada.—¿No te gustaría? Podrías salir del mar como hacía Marimar—. Ella le sonríe.—Qué mujer tan hermosa Marimar—. La sonrisa se transforma en un par de cejas arqueadas.

— Ah, ¿sí? ¿Muy bonita?—. Le contesta.

A Raúl le gusta molestar a Toña para que lo mire con su gesto de “ay, Raúl”, así que le cuenta que estaba tan enamorado de Marimar que hasta en las noches se soñaba con ella:

—Marimar salía del agua y no hablaba con Pulgoso sino conmigo, Toña. Me cogía la mano y me decía que si quería un pescao’, que si iba a nadar con ella.

Raúl y Toña viven rodeados de selva y no junto al mar que todo le dio a Marimar. A lo lejos ven verde. Cerca ven verde. En medio de los ojos de Toña, Raúl ve verde. Y cuando la temperatura se dispara, el verde se enciende como si se cargara de vida. Treinta años atrás, Raúl tenía 16 años, se soñaba con Thalía y estaba embarazado. Hoy, que el verde se prende igual, Raúl le propone a Toña que se vayan a conocer el mar.

2.

Cuando joven, Raúl le contó a su prima que le gustaba Marimar. Ella le contestó que no le gustaba, sino que quería ser como ella:

—Verse bonita, Carmela, que bajo el sol la piel se le vea así de bonita.

Pero bajo el sol del Caquetá a él solo le daban ganas de decirle a Ernesto que no quería estar más con él, que nunca se había soñado con él como con Thalía. Y que nunca más en la vida le dijera Carmela.

A los 17 ya tenía su bebé y estaba cansado de que Ernesto le insistiera para que se acostaran una vez más. Ernesto lo había salvado de un padrastro violento cuando tenía 12 años, y desde entonces se había hecho cargo de él. Cuando Raúl cumplió 15, le dijo:

—Usted no es mi mujer, y yo necesito una mujer.

Raúl accedió, sentía que se lo debía y así pasó de ser como una hija a ser su mujer.

Pero a los 17 Raúl le dijo no puedo más, me gustan las mujeres. Se guardó para sí lo de Thalía, solo se lo contaría a Toña, como si abriera para ella la flor de su secreto, treinta años después. Ernesto tampoco lo hubiera escuchado, pues no dio tiempo para decir más. Agarró a Raúl del brazo y lo llevó hasta la casa de su mamá:

—Ahí le traigo a su hija que le salió arepera.

Raúl se sintió hundido en el piso, como cuando a Marimar la humillan por ser ingenua y la ponen a recoger la pulsera del barro.

Lo que más le gusta a Raúl de Marimar, le dice a Toña mientras doblan la ropa en las maletas, es lo pila que es.

—Como tú, mi vida. Tú no te dejas de nadie y siempre reclamas tu lugar. Tú que has crecido conmigo, venimos desde abajo—. Toña da un doblez a su camiseta y pasa la mano sobre el relieve brillante que dice “I love you”.

—Eres muy lindo, Raúl. Te quiero porque te has hecho cargo de ti mismo, te has construido el hombre que eres.

3.

Raúl y Toña sacaron de sus ahorros y pidieron un pequeño préstamo para irse a la costa. Ya tienen las maletas listas y están en el bus. Con el fresco que da el movimiento, Toña pone su mano sobre la de Raúl y hace círculos en ella. A veces, dibuja un corazón. Sabe que esas mismas manos, años atrás, decidieron abrir una taberna para así mantener a su niño y a toda su familia. Ernesto ya no estaba, así que tenía que seguir y lo hacía sirviendo cervezas, marcando rayas en el cuaderno y poniendo música en la rocola.

Raúl le había contado todo antes. Luego de que Ernesto lo devolvió a su casa, decidió montar “La Playa”. Por el pueblo estaba la Teófilo Gutiérrez y él había hecho, una vez más, lo que era necesario para sobrevivir. Un guerrillero moreno y grande había entrado un martes a la taberna y le había coqueteado:

—Carmela, muñeca, ¿a usted no le gusta un hombre como yo?

Quién le va a decir que no a un hombre que tiene en la mano un fusil.

De ahí en adelante, le guardó las armas, le atendía a sus amigos, le ponía la música que pedía. Raúl tenía miedo y tenía una familia que dependía de él.

—Cuando se dio cuenta que a mí nunca me iba a gustar de verdad—le dijo una tarde a Toña—, me llamó una última vez para decirme que los paracos me iban a matar, que me fuera. Que no volviera nunca, porque él no quería estar con una arepera. 

Se fueron dos años. Se fue él y toda su familia. Los sacaron a todos.

4.

Al llegar, Raúl ve en el horizonte una línea que tiembla. El mar.

—Mire, mamita, ahí está. Qué belleza, ¿sí o no?—. Parece una joya líquida y ya quiere tocarlo.

Se quita los tenis y se acerca para que el agua le acaricie los pies. En cuanto se moja, Raúl recuerda los dos años que vivió fuera de su pueblo. Tuvo que caminar por todas partes con los dulces que su mamá preparaba, buscándoles una boca glotona que los quisiera todos. Nunca la encontró.

Luego, regresaba al cuarto en el que se quedaban en aquel entonces y a veces encontraba las cosas flotando. Veía cómo las inundaciones constantes carcomían la madera de la cama, los sueños de la mesita de noche, los recuerdos del chifonier. En ese momento, la desgracia era el agua que lo rodeaba y que no le daba un respiro. Ahora, en el mar, el sol caía sin sofocarlo y el agua lo saludaba con tranquilidad.

—¿Ahora sí me parezco a esa Marimar?—. Raúl voltea y ve a Toña con la camiseta de “I love you” empapada y el pelo hacia atrás.—No podrás decir que no me veo divina—. Preciosa, piensa Raúl. Y en el fondo de su cabeza Thalía canta que cuando manda el corazón, siempre, siempre manda el amor.