I. todo comenzó en la fiesta:
II. tanto miedo:
Ay, Jimy, papito. Yo sé que estuve bien encerradita varios días, pero es que si le contara. A mí me da miedo hasta decirle, pero es que sé que se merece una respuesta, porque usted conmigo ha sido calidad. Yo digo cielo, y usted nube y con semejante compañía cómo le voy a ocultar lo que está pasando. Yo sé que ya se lo huele, pero usted sabe cómo son las cosas aquí. Yo sí le digo, papito, el que nada debe, nada teme y yo no le tengo miedo a nada.
Hace unos días tiraron por debajo un papel con unos mensajes, ay, Virgen santísima, ni pa’ qué se lo leo. A mí ya no me quieren aquí, me dieron 24 horas para irme, cerrar el negocio y perderme de aquí. ¿Irme? No, no. Ni loca. ¿A dónde se va una?, ¿ah? ¿A dónde? Guerrilla hay en todo lado y en todo lado, problemas. Devolverme a donde mis papás no es opción, papito, no. Ellos a mí no me aceptan así de divina como soy. Ellos quieren que me vista como macho y eso sí que no lo voy a hacer. Aquí el negocio nos ha dado lo que necesitamos. A mí la comidita diaria y a ustedes el espacio pa’ que vengan a ser quienes son. No pienso renunciar a eso.
Yo creo que lo mejor es quedarme quieta unos días, sí. Por eso tengo cerradas las cortinas y ya no les abro a ustedes. Ay, eso sí que me parte el corazón, verlos afuera con platos de comida y la cara toda desajustada. Dígales, papito, que estoy bien. Hay que esperar que las cosas se calmen y esos señores me dejen tranquilita. ¿Qué tal si cuando todo se calme nos vamos de paseo al río? Nos hacemos allá un sancocho bien delicioso y nos bañamos las carnes para que el agua se lleve tanta angustia. Tanto miedo.
III. llamada telefónica:
Si vieras cómo se ve la manigua desde aquí, con esas nubes de árboles que parecen pintadas por el mismo diosito con el dedo índice y el pulgar mientras levanta el meñique, porque pintar las selvas del Caquetá tuvo que hacerse con mucha clase, te digo, como si se tratara del plato más fino sobre el mantel más blanco, con los tenedores más brillantes. Estrellas en los dedos alargados de esas señoras vestidas de sastre que se ríen con sus dientes parejitos, parejitos como si dios se hubiera dado una pausa para diseñárselos, reina, sí. Así se ve desde aquí. Una lástima que te lo perdiste por no venir al paseo de río, con esos manteles tan divinos que nos trajimos. Tienen un bordado de margaritas en el borde y una flor amarilla en el centro que dice, sin una palabra, come aquí. A ver en dónde te consigues algo así en Bogotá. Este es un mantel exclusivo, único en su especie, con hilos importados directamente de la casa de Yurani.
Sí, reina, estamos haciendo un sancocho pa’ chuparse los dedos uno tras otro, lujos que no se dan esas señoras que seguro dejan la mitad de la comida que para conservar la línea. Aquí la única línea que mantenemos es la de las amigas, la del chisme telefónico y por eso te estoy llamando, porque cómo me fuiste a hacer eso, a no venir. Yo ya me imaginaba contigo junto al río con este par de sombrerones que me conseguí para que parezcamos esas señoritas de película, con las gafas de sol y ese gesto de gata digna incapaz de superar. Pero ni modo, le voy a dar el otro sombrero a la Alejandra para que me haga pareja sobre la cobija que se trajo, aunque eso va a empezar a hablarme del último hombre que le rompió el corazón, ya la vi. La pobrecita no ha hecho sino soltar suspiros y poner carita de ternera destetada. Me dan unas ganas de abrazarla y decirle que no se pegue de eso: los hombres siempre nos van a romper el corazón y es tarea de una reconstruirlo por completo, hacerse su propia héroe.
IV. un día lluvioso:
V. decir adiós:
Nadie fue al entierro de Pachita. Éramos solo jóvenes con las caras estiradas y el pecho hecho un nudo. Entre nosotros cargamos el ataúd. La llevamos hasta el cementerio y le cantamos la canción que bailaba de a salticos cuando la ponían en la radio. Nosotros preguntamos, nosotros gritamos. Fuimos a la estación de policía, pero yo creo que estaban de acuerdo, porque no hicieron nada. Nos plantaron una sonrisita: ¿ah sí? Qué lástima. Ella nos decía que, si le llegara a pasar algo, no reaccionáramos con rabia, porque así era la vida para algunas personas. Ella quería vivir más, experimentar más. Quería ser estilista profesional, pero no pudo. No la dejaron.