Escrito por: Ángel Carrillo Cárdenas

Era su cumpleaños. Se reunieron en su casa y montaron una fiesta. Un lugar secreto y seguro al que asistieron «pelaitos de 16, 15, 17 años», recuerda Mayra. «Nos unimos en un espacio para poder bailar entre nosotros, para poder interactuar entre nosotros sin ser juzgades, para poder entablar nuestras relaciones afectivas en ese espacio: para demostrarnos afecto». El espacio que necesitaban para cuidarse mientras celebraban lejos de las discotecas tradicionales de Puerto Tejada, al norte del Cauca, un municipio en zona plana cubierto de caña de azúcar.

«Luego de que rumbeamos la primera vez, alguien dijo: uy, ustedes formaron una maricoteca». Y así decidieron llamar a estos espacios que se han mantenido desde 2007 hasta la actualidad. «No es que ahora tengamos una discoteca organizada, es un lugar que nos presta una señora y su esposo, muy cercanos a la comunidad, que han tenido durante años un espacio hetero, crossover, pero que cada quince días nos permite organizar fiestas para las maricas». 

Mayra Castillo es una mujer afro y lesbiana que hoy hace parte del Consejo Comunitario Campesino Palenque Monte Oscuro y de la fundación Arcos Diversos, desde la que trabajan, entre otros asuntos, en procesos de reparación del daño causado por la discriminación y la violencia. «A las personas LGBTI se les ha negado hasta luchar por la naturaleza», asegura Mayra. «Es que no te ven, no te imaginan en estos espacios. Es como si no tuvieses derecho a exigir un territorio limpio, como si no tuvieras derecho a exigir el acceso a la tierra. Que una mujer negra diga que quiere la tierra para iniciar sus propios procesos productivos es algo que a la cultura y a la religión les daña: “¿cómo le vamos a dar tierra a una arapera?”» 

Como lo cuenta con su propia voz en Polisemias rurales, relatos con mucha pluma, Mayra tuvo conciencia a los 13 años de que no le atraían los hombres, de que no le interesaba tener novio. No sabía, sin embargo, cómo nombrar aquello que atravesaba su deseo. «Un día mi papá me preguntó que por qué no tenía novio o qué me gustaba y simplemente le dije que nadie me atraía, a lo que él respondió con la palabra “lesbiana”, y me dijo: “¿eres lesbiana? O ¿te gustan las niñas?”. Entonces ahí entendí que lo que me pasaba era eso, que era lesbiana y pensé que era como una enfermedad o algo así raro, porque no escuchaba buenas referencias cuando otras personas lo mencionaban, entonces con mi papá simplemente decidimos mantenerlo en secreto los dos, pues él me dijo que esa era una etapa de la adolescencia y que posiblemente estaba equivocada y, que en caso de que no fuera así, no era tan grave». 

Mayra se crió dentro de procesos sociales a los que su familia estaba vinculada por la defensa del agua, de la tierra y por el reconocimiento de la historia negra. En ese consejo comunitario ella tenía una participación activa en el camino de los jóvenes. No obstante, cuando se reconoció como lesbiana, el apoyo y el aliento que venía recibiendo se detuvo. «Desde lo cultural hubo un rechazo total porque de alguna forma la negrura se niega a reconocer esto, como si no hiciera parte de nosotros, de nuestra vida o de nuestra cultura». Se sintió desterrada de los procesos que la habían acompañado y recogido desde niña y a partir de los cuales había aprendido a dar cuerpo a su voz política.

Si bien luego de la firma del Acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP se abrieron espacios de participación de personas LGBTI en el Cauca y «se abrieron las puertas para que nosotros pudiéramos poner esa voz y hacer exigencias contundentes», tener una imagen pública como lideresa la ha puesto en aprietos.

Su participación se fue reduciendo sistemáticamente hasta lograr un efecto de borrado. Pero, ¿por qué sucede un rechazo social de este tipo dentro de un movimiento que, justamente, lucha contra el rechazo social establecido históricamente? «Porque no se quería decir: tenemos una chica lesbiana aquí dentro del Consejo», explica Mayra. «No era un tema fácil en ese momento ni para el proceso ni para mi familia. Era mal visto. Eso causó que mi salud mental se afectara, que yo cayera en una depresión». La soledad la colmó al verse excluida del proceso que la vio crecer. No lograba sentirse parte de algo. «Una lucha que yo también sentía mía y en algún momento esa lucha, o ese proceso, me dijera: aquí no puedes estar. O: de aquí no eres porque nosotros no somos así, tú eres diferente».

Pero de allí mismo sacó la fuerza para emprender su propio camino. Decidió promover espacios recreativos, más allá de la ya exitosa maricoteca. «Empezamos a hacer partidos de fútbol, partidos de mujeres y partidos mixtos. Esos espacios fueron tomando mucha fuerza y me di cuenta de que yo no era la única que estaba sintiendo ese desarraigo familiar. Mientras cada quien decidió enunciarse o reconocerse, estos espacios se fueron cerrando para nosotros y nosotras, y lo que decidimos fue crear algo propio. Esto se volvió tan grande que empezaron a llegar de otros municipios más cercanos a querer participar. Empezamos a forjarnos como una familia de personas rechazadas».

Una familia que, aun transitando el destierro, sabe que está hecha de esa misma tierra: «el territorio está en todo, en mis luchas, en mi voz, en las palabras, en cómo me expreso, en cada cosa que hago hay una parte del Cauca».

Mayra y su pareja decidieron el año pasado apostar por una acción de incidencia que les permitiera movilizar, desde dentro del sistema organizacional del país, las políticas establecidas en ese territorio que sienten tan suyo: ocupar un puesto en el Consejo municipal. «Mi pareja decidió poner su nombre. La propuesta también me llegó a mí, pero yo no me sentía… no preparada… sino con la intención de lidiar con el tema de ser candidata». Las apoyaron algunos familiares y amigos, no todos «porque acá en Puerto Tejada las contiendas políticas se viven de forma muy fuerte, tener una postura política visible te puede segregar de espacios».

Una de sus prioridades en campaña fue el reconocimiento de la diversidad desde lo afro porque «para nosotros, como etnia, ha sido muy difícil este camino del reconocimiento de la diversidad. Es una bandera que yo llevo ahora: que la etnia reconozca que hay diversidades de sexo y de género. Para mí ha sido muy importante reconocerme como negra, pero como una negra lesbiana». La preparación duró cerca de un año. Las apuestas para el Consejo municipal fueron, principalmente, el acceso a la salud y al empleo digno para personas LGBTI. También promover la Política pública de las personas LGBTIQ+, la cual ya habían construido en compañía de la anterior administración y dentro de la cual, en el artículo 15, parágrafo 2, se proponen acciones afirmativas para la garantía de los derechos, como la puesta en marcha de una escuela de formación para la participación y empoderamiento de liderazgos LGBTI, e incentivar la generación de nuevos liderazgos individuales y colectivos. Son estas acciones, de alguna manera, la continuación del trabajo que Mayra ha venido haciendo desde que tuvo consciencia de su orientación sexual.

«Crecer acá en el norte del Cauca me hizo normalizar muchos actos violentos» y solo hasta hace poco se sintió dentro de un espacio seguro para hablarlo. Hace un año asesinaron al tío de Mayra que dirigía el Consejo Comunitario Campesino Palenque Monte Oscuro, del cual proviene todo su proceso de liderazgo. Justo ahí decidió tomar el riesgo de denunciar y esto le supuso una serie de amenazas. «Iniciaron, primero, por ser comunera del consejo, por andar de la mano de mi tío en esta apuesta, que es defender el plan de vida del pueblo negro». No obstante, el hecho de dar un nuevo norte a su activismo, el del enfoque de género, complicó aún más las cosas. «Golpearon mi casa, quebraron los vidrios, me hicieron llamadas intimidantes, me persiguieron en la calle». 

Y aunque se sintió arrinconada y nuevamente desterrada, obligada al silencio, «me di cuenta de que al quedarme callada lo que estaba haciendo era ser cómplice de esa violencia. No tuve más opción que hablarlo y ponerlo sobre la mesa en un espacio seguro que tuve con Colombia Diversa, allí les manifesté que me sentía en riesgo. Además, en la contienda electoral a mi pareja también la amenazaron. Actualmente ya se hicieron las denuncias y la ley, de alguna manera, está respondiendo. Acá el conflicto armado en el Cauca ha escalado a un nivel en el que ser y estar desde tu cosmovisión es arriesgarte a perder la vida». 

Y aunque ahora con 30 años, después de transitar este camino desde los 10, tuvo que mudarse y dejar de lado por un tiempo sus actividades como lideresa en su municipio, su gente es quien la sostiene. «Mi red de apoyo es mi familia y mi comunidad diversa, siempre me he sentido protegida por estas dos instancias. Ahora comprendo la necesidad de cuidarme a mí para poder estar bien y cuidar a los demás». El territorio es también su familia y sus amigos. Su cuerpo es su territorio, su amor, su deseo «y también esta forma como veo la vida». La tierra es algo que se lleva dentro.

Su mayor bandera en este momento y lo que marca su norte, su activismo de cara al futuro, es el reconocimiento desde la interseccionalidad: «las personas negras merecemos el derecho a reconocernos desde nuestra diversidad y nuestra comunidad debe empezar a apropiar mecanismos para tratarnos desde allí».