Escrito por: Luisa Fernanda Gómez

Kamila es seria y risueña. Directa y arriesgada. Habla rápido, largo y complejo. Se ha adueñado del lenguaje académico para nombrar las violaciones de derechos, los vejámenes, los maltratos de los cuales ha sido víctima, como tantas otras. Es morocha, de pelo liso, sonrisa grande y facciones fuertes. Es graciosa, arrebatada, peleona, inagotable. Todo lo que es, ha tenido que serlo a riesgo de desaparecer. De que la desaparezcan. “Ser una mujer trans es andar expuesta a que en cualquier momento alguien te estigmatice, te discrimine, te vulnere. Es vivir en medio de la supervivencia porque no hay garantía de derechos”, dice. “Y antes de que me maten, quiero que el mundo se dé cuenta de qué es lo que realmente está pasando y no puede seguir pasando con las mujeres trans”, sentencia con firmeza.

Kamila vive —sobrevive— en Chaparral, al norte del departamento del Tolima, un municipio azotado por la Violencia —el periodo que arrancó luego del Bogotazo, en 1948— y el conflicto armado que le sucedió por cinco décadas en Colombia. Un territorio históricamente ocupado por las FARC-EP, y en el que la dinámica de la guerra se recrudeció entre 1998 y 2006 por el fortalecimiento del Ejército en la región, y una mayor presencia de paramilitares. Actores armados que imponían una visión del mundo en la cual todas las personas debían identificarse con el género asignado al nacer y además emparejarse con personas del género opuesto porque ello facilitaba “la regulación de las comunidades y el control de los cuerpos y las conductas en el territorio dominado”, de acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica y su informe Un carnaval de resistencia.

La estigmatización y marginación de las identidades sexuales divergentes no fue exclusivamente agenciada por aquellos que empuñaban armas; también vino del panadero, del taxista, de la tendera, de la vecina, de la familia. El primer lugar donde Kamila fue violentada por su identidad de género fue su casa, según cuenta, como le pasa a muchas personas. A los 7 años, cuando apenas comenzaba a travestirse, sus padres la echaron. Desde entonces, conoce la calle y aprendió a vivir con el maltrato, la discriminación, el rechazo. 

No hay nadie en Chaparral que no sepa quién es Kamila, sin embargo. “Usted llega a Chaparral y pregunta por Kamila y desde el Alcalde hasta la vendedora de tintos la conoce”, dice Ivonne Wilches, psicóloga de Colombia Diversa y quien conoce hace un tiempo el trabajo comprometido de Kamila. 

Se la conoce, además, porque es dueña de una peluquería. Desde ahí, sentada en el sofá, observando el lavacabezas, las dos sillas de atención, los espejos, la planta, el televisor para la recreación de la clientela y la peluca que se usó para el último reinado, habla, rememora su vida, sus luchas, sus dolores. 

Su peluquería, dice, es el lugar que eligió para seguir construyendo tejido social, para  crear consciencia a través del diálogo, del arte, de su conocimiento y de su propia forma de ser. De entrada, la ubicación y el nombre son provocadores: al lado de la Alcaldía queda Kamila’s Peluquería, “porque si a las personas no les gusta el caldo hay que darles dos tazas. Entonces si me vienes a buscar tienes que buscar el nombre de una persona trans, quiera o no quiera. ¿Quién es esa? Es la trans”. 

Quien llega a la peluquería puede que vaya o no buscando a Kamila, pero como sea, se encuentra con una trans férrea y locuaz. “Muchas personas dicen que nunca habían entrado a un lugar como este pero que escucharme les parece chévere. Es como empezar a romper el hielo y las barreras. La pedagogía y el diálogo nos permite abrir vínculos y relaciones con diferentes personas”, cuenta. Y sigue: “Es un espacio de relación donde también se escucha, se entiende, se analiza. No somos buenas para dar consejos pero sí para aconsejar qué es lo bueno y qué es lo malo a favor y en contra de las personas trans”.

Kamila’s Peluquería es un punto de reunión de las personas con experiencia de vida trans en el departamento. Un espacio seguro donde se crean relaciones, redes de apoyo y vínculos para hacer incidencia política en lo local, departamental y hasta nacional. Donde, incluso, otras personas trans encuentran oportunidades laborales ante la completa desavenencia del Estado frente a su existencia. Donde se reivindican los derechos de las infancias trans, dice Kamila, para que eso que les pasó a ellas no les pase a otres. Es el lugar, también, desde el que se piensa y planea el carnaval.

Todo comenzó como un paseo de olla al río Tuluní, a unos 20 minutos de Chaparral hacia el sur. Cada seis de enero, por el puente de los Reyes Magos y la conmemoración de la fundación del pueblo, los chaparralunos bajaban al río a terminar de pasar las fiestas. En el 2000, un grupo de amigues —gays y trans— pensó que sería buena idea crear un reinado. Algo íntimo, un espacio para comer sancocho, pasarla bien y expresarse con libertad y confianza.  

El reinado creció gracias al apoyo económico de una empresaria chaparraluna muy reconocida en el municipio, Norma Cartagena, que financió transportes, vestuarios, maquillaje y premios. Para el 2003, relata el Centro Nacional de Memoria Histórica, participantes y organizadores iban construyendo una conciencia más política del espacio en tanto que representaba un escenario de resistencia en medio de un contexto hostil marcado por la discriminación de la comunidad, el desplazamiento forzado, la falta de oportunidades y la guerra intensificada entre las Farc-ep y el Ejército.

Tres años después, Kamila participó. “Tenía mucha expectativa porque era un carnaval en el sentido de que todas las personas del municipio y de otros venían a participar”, rememora con entusiasmo. Apenas estaba dejándose crecer el pelo y arreglándose las cejas cuando ganó y se conectó con todo lo que representaba el reinado: “Una plataforma de resistencia, un espacio político, más que un reinado de coronas y tacones, en el cual celebramos la vida, reivindicamos derechos y exigimos garantías reales y eficaces, especialmente las mujeres trans, porque somos quienes hemos puesto el cuerpo para decir que existimos y que no merecemos morir a mano de quienes no entienden la diversidad”. Ahí, a sus 14 años, comenzó su activismo a la par que una lucha por mantener el reinado, que cada vez era más difícil de realizar.

Los asistentes, la gente del pueblo, se burlaban de les participantes, se atravesaban impidiéndoles el paso, les quitaban la peluca a las mujeres, les jalaban los vestidos. “Llegamos a tener un reinado de cinco minutos en el que entre nosotras elegíamos a la más bonita”, dice —enojada, decepcionada— Kamila, cuando la idea inicial era que el pueblo soberano escogiera a su reina haciendo uso del legítimo derecho al aplauso.

La presencia de actores armados en Chaparral fue siempre constante. En los diciembres siguientes, aparecieron panfletos, rumores y amenazas, no solo contra las personas LGBT que participaban del reinado, también hacia los dueños de los estaderos donde se realizaba. A Kamila le molestaba la doble moral de los chaparralunos “porque la gente decía ‘qué chévere el reinado’ mientras ocurría. Y se acababa, y esa misma gente lo atacaba a uno en la calle”. 

En 2015, cuando un finquero del río Tuluní que prestaba su espacio para realizar el evento fue asesinado, se vieron forzadas a dejar de hacerlo. Los habitantes de Chaparral señalaron y culparon a las mujeres trans por el asesinato.

En 2017, Kamila se apersonó del evento. “Ese año yo decido hacer el reinado en mi casa, a puerta cerrada. Fue muy bueno porque hubo un espacio seguro, hubo inclusión, aceptación y una conmemoración a la memoria de todo lo que se ha venido viviendo en el marco del conflicto”, cuenta Kamila, alegre y esperanzada. Ese mismo año, además, ella se constituyó como la representante legal de la Asociación Chaparral LGBTI Diversa, organización que en 2023 fue declarada sujeto de reparación colectiva, el cuarto entre un universo de aproximadamente 765 colectividades así reconocidas. Esto significa que el Estado aceptó las afectaciones diferenciales que sufrió esta comunidad en su conjunto y tiene como deber su reparación. 

Un año después, Kamila volvió a realizar el evento, por su cuenta y sin apoyo del Municipio. Amplió la convocatoria y le cambió el nombre a ‘Reinado trans departamental del folclor del río Tuluní’, “porque si un municipio no quiere hacer inclusión, vamos a llamar a 47 municipios del departamento para hablar de inclusión y garantías de derechos, a la vida y contra la vulneración”, sostiene, firme e incendiaria. Ese año ganó la señorita Bogotá con arte y cultura y les dejó ‘la vara alta’, apunta.

En 2019 subieron la apuesta y, con el apoyo de la Unidad transformadora de conflictos sociales y derechos humanos de la Policía departamental, el acompañamiento de USAID y organizaciones defensoras de derechos de las personas con experiencia de vida trans como Colombia Diversa, montaron un carnaval con comparsas alusivo a los derechos de las personas LGBTIQ+.

El apoyo fuera del Municipio cesó, sin embargo, y la discriminación y estigmatización dentro de Chaparral se mantienen, como siempre y ahora Kamila no está segura de que en 2025 puedan realizar el reinado. No se rinde, por supuesto. Sigue insistiendo, obstinada, incansable y combativa, como es.

Pese a que la firma del Acuerdo de Paz entre la antigua guerrilla de las FARC-EP y el Gobierno de Colombia en 2016 desescaló el conflicto, la violencia contra las personas LGBTIQ+ no ha cesado del todo en Chaparral. Siguen existiendo prejuicios y derechos sin ser garantizados, especialmente para quienes tienen una identidad y expresión de género trans. “El fin de la guerra no implica que se acaben las violencias heteronormativas que ha padecido esta población.” —señala el informe del Centro de Memoria Histórica—, “La comunidad está imbuida en una ‘guerra social’ que no cesa, y a pesar de que las FARC se desmovilizaron del territorio, como producto de los acuerdos de paz de La Habana, las personas que se apartan de la heteronormatividad siguen enfrentando desplazamientos, homicidios, violencias sexuales, estigmatizaciones y persecuciones”.

Aún con ello, Kamila no piensa dejar Chaparral: “Si nos vamos, la lucha se pierde y las violaciones de derechos continúan”. Desde los espacios que integra, como el comité del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET, creado luego del Acuerdo de Paz de 2016), la consejería de paz departamental, la mesa departamental de desarrollo, y su activismo con el reinado, la peluquería y su propia existencia disruptiva, sigue buscando la construcción de paz desde la diversidad.