Escrito por: Luisa Fernanda Gómez
La vocación de activista siempre la tuvo. Comenzó chico, 15 años. Entonces Duberley Santos hacía parte de los Jóvenes Multiplicadores de Profamilia para promover los derechos sexuales y reproductivos en su ciudad natal, Florencia (Caquetá).
Entró para cumplir un requisito: hacer una pasantía. Al final, logró poner en palabras lo que ya sabía: “Soy gay”. Aprendió de autoestima, autoconocimiento y autocuidado. De uso de métodos anticonceptivos y sexualidad. “Ya tenía la maricadita”, dice, pero en una charla sobre orientación sexual “empecé a despejar mi mente y a hacerme más preguntas”. Le abrió su corazón a la coordinadora del programa; le confió que sentía gusto por otros hombres y le producía miedo hablarlo porque su familia le había enseñado que eso, querer a los hombres siendo uno, era pecado. Era el año 2000.
Su primera labor de incidencia, según narra, la hizo con su mamá. Poco tiempo después de reconocer su propia orientación sexual comenzó a hablarle del tema sin decirle directamente que se refería a su propia identidad. Le compartía historias, la llevaba a charlas y orientaciones con psicólogas, le hablaba por los lados, hasta que a los 18 años le dijo, finalmente, que él era gay y que lo único que le importaba era que ella lo aceptara. Al comienzo le dio un poco duro, como suele pasar, cuenta Duberley, pero finalmente lo asimiló.
Otras personas en la región, sin embargo, optaron el camino de la violencia y discriminación contra las personas LGBTIQ+. En 2004, Mono, su amigo del corregimiento La Unión Peneya, en La Montañita (Caquetá), fue asesinado. También era gay y la violencia infringida sobre su cuerpo, y de la que Duberley no quiere hablar, da cuenta de la estigmatización que durante esos años de guerra cruda sufrían las personas LGBTIQ+.
“En Caquetá, los arreglos de género fortalecidos por el conflicto armado tienden a posicionar en la cumbre de las relaciones de poder a las masculinidades bélicas que representan figuras de hombres fuertes, recios, imponentes, decididos, proveedores, con autoridad y control sobre las dinámicas sociales y de producción”, dice el informe En realidad la historia es mucho más larga, presentado por Colombia Diversa para la Comisión de la Verdad sobre experiencias de personas lesbianas, gays, bisexuales y trans en el conflicto armado en el departamento amazónico. Cuando un hombre renuncia al ‘privilegio’ masculino y es gay, o mujer trans, el castigo es contundente. Hubo otros amigos de Duberley sobre quienes también se infringieron esos castigos.
No pasó mucho tiempo hasta que las amenazas también alcanzaron a Duberley. Los armados de la zona “se dieron cuenta de que me gustaban los hombres y le dijeron a mi mamá que si ella no quería verme en cuatro tablas, lo mejor era que me fuera”. Por eso, a sus 19 años se fue a estudiar administración de empresas en Bogotá.
En 2015, regresó a Caquetá. Lo hizo a La Montañita, al norte del departamento, un lugar conocido como el municipio de reinas y palmeras, bañado por los ríos San Pedro y Orteguaza; un territorio del que Duberley se siente parte. Entre suspiros, mientras observa el tramo de río que pasa frente a su casa, dice: “Cómo no voy a amar este pueblo. Nací en Florencia, pero soy montañitense de corazón”.
Al volver al departamento, ejerció la administración de empresas, aunque no por mucho tiempo. Luego se convirtió en peluquero y continuó con el activismo por cuenta de una joven de 17 años que pasaba por una crisis emocional. “Le gustaba vestirse de chica, era una chica trans, y no sabía cómo contarle a su familia, así que confió en mí. Para esos años no había una red de apoyo como la hay hoy en día, tanto en lo social como en lo institucional, y eso contribuyó a que nosotros como personas LGBTIQ+ permaneciéramos en ese margen sin ser visibilizados por el contexto que había en nuestro territorio. Y eso me hizo hacer resistencia”, señala Duberley.
Como el pueblo tiene seis calles y seis carreras, como todos se conocen con todos, como ya la gente sabía que Duberley se reconocía abiertamente gay y que los jóvenes del municipio lo buscaban para conversar y pedirle consejo, la Alcaldía lo buscó para lo mismo. Primero para que les ayudara a desarrollar actividades de esparcimiento, recreación y capacitación para los jóvenes. Todo lo que pudieran hacer para tenerlos entretenidos, lejos de la guerra y el vicio.
Desde ahí le llaman “el papá de los pollitos, porque siempre estoy pendiente de los jóvenes, soy sobreprotector de los jóvenes de La Montañita”. Busca ser ese amigo, alegre y buen consejero. El que les ayuda a aceptarse, también, como en su momento alguien más lo hizo por él.
El Proceso de paz entre el Gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP fue un momento de inflexión en Caquetá porque permitió el cese de la violencia armada y las hostilidades hacia la población. Y a las personas LGBTIQ+ les permitió incluirse en la sociedad, dice Duberley: “Al menos ya se hablaba de derechos humanos en el territorio. Ya podíamos alzar la voz”, sostiene.
Luego de la firma, en 2017, fue llamado para realizar una caracterización de las personas que se reconocían o identificaban como lesbianas, gays, bisexuales o trans en el departamento, identificar sus necesidades y problemas, y entregar insumos que sirvieran para la construcción de la política pública departamental LGBTIQ+: “Ese año queda recordado para mí porque fue un proceso de ir a cada territorio, reunirnos con las organizaciones, los líderes y lideresas de los 16 municipios que tiene el departamento, escuchar sus necesidades, realizar una caracterización. Ese fue uno de mis mayores logros en el activismo hacia la comunidad LGBTIQ+”, cuenta orgulloso Duberley.
Después llegaron otros logros: hacer parte del consejo de paz del municipio desde su creación, establecer la semana por la paz y la reconciliación en 2020, participar activamente de los planes de desarrollo de La Montañita, asistir al consejo de planeación municipal, coordinar la mesa comunitaria PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial). “Esas incidencias que hemos hecho han sido para mí muy satisfactorias porque hemos venido ganando espacios”, sostiene contento.
Duberley siempre habla en plural porque “cuando nos unimos podemos generar un impacto grande. Cuando digo ‘hemos ganado’ me refiero a todos los activistas del departamento. Aquí está en la coalición Zunga la perra roja, La estrella, Javier, Edier Martinez, Idaly Santos… Son muchas personas las que hemos venido dando esta batalla, esta lucha para que nuestras voces sean escuchadas desde el diálogo”. Y agrega Duberley: “Amo este pueblo, quiero verlo progresar, quiero que los jóvenes diversos que no han tenido la oportunidad de forjar su futuro puedan lograrlo a través de los liderazgos que no sólo hago yo, sino otros también”.
Lastimosamente, la firma del Acuerdo no significó el fin del conflicto armado. La violencia se ha recrudecido en La Montañita y Duberley siente que los esfuerzos colectivos que se han hecho por mantener la paz han quedado pequeños ante los intereses económicos de los grupos armados (bandas criminales, grupos posdesmovilización paramilitar y disidentes del proceso de paz) que se disputan el control del territorio.
No se rinde, sin embargo. Su lucha, en últimas, es justamente por la paz: con relaciones sanas, con justicia e inclusión social, con reconciliación, con libertad. La paz es tanto para Duberley que se extiende en explicaciones: “Es ese equilibrio social, que podamos aceptar quienes somos sin sentirnos juzgados por la sociedad ni por nosotros mismos. Es una justicia social donde podamos nosotros como seres diversos tener las mismas garantías que las personas heterosexuales. Es construir un tejido social más amplio. Es expresarme tal como soy, como es Duberley, como es tigrillo, como me dicen. Es la posibilidad de que este tigrillo camine por las calles sin el miedo de amar a alguien, sin el miedo de ir a trabajar y estudiar, sin ninguna barrera o etiqueta”.