Era el 2011 en Caquetá, una tierra que se definía por el combate. Allí el río susurraba como un fantasma. Faltaban 30 días para las votaciones de las elecciones regionales en todo el país y Marta decidió renunciar a su candidatura al concejo municipal. 30 días después se cumplieron todas las premoniciones.

Su historia comienza en Cartagena del Chairá. A los trece años empecé a vestirme de mujer. Siempre ingeniosa, valiente y fiel a sí misma.Yo me puse a pintar uñas a las vecinas y como yo dibujo muy bonito, entonces yo les decía ‘pero me regalan un esmalte y yo les pinto las uñas’. Criada por una madre amorosa: Mi mamá decía: es la vida suya y si yo la acepto, la quiero y sus hermanos también. ¿A ellos qué? A las demás personas no les debería interesar. 

— ¿Quiénes son “ellos”, Marta? 

Ellos le decían a mis hermanos que si yo no me vestía como un hombre, pues, que ellos venían y me cargaban o me mataban, me reclutaban, que ellos allá me enseñaban a ser hombre. Las FARC-EP la amenazaron tantas veces que el miedo comenzó a vivir en el aire: se olía, se sabía y no hacía falta nombrarlo. Se tomaban medidas de protección, y dejó de salir a la calle durante su adolescencia. Yo salí a rumbear a este pueblo cuando tenía diecinueve años. De resto no porque no.

— Por miedo. 

Por miedo, sí señora. Uno anteriormente lo amedrentaban feo. Y cositas así que uno ¡uy, señor bendito!

El control territorial que las FARC-EP ejercía en la zona de Caquetá fue fundamental para infundir una sensación de miedo y desasosiego en las personas LGBT. Algunas se desplazaron. Muchas más decidieron silenciar sus experiencias vitales para evitar sufrir violencia. 

A pesar del miedo en el aire, cuando Marta se presentó al concejo municipal sus primas que viven en el campo repartieron tarjetas promocionando su candidatura. Un partido tradicional le otorgó el aval. La gente habló del liderazgo de Marta. Como yo he sido tan popular acá, todo el mundo me decía ‘usted pasa porque usted tiene mucha gente’. Pero la sombra de la guerra, que lo ha cubierto todo, un día comenzó a llamar a Marta: ellos me llamaban. Me llamaban a mi celular y me insultaban y me decían que si era que estaba aburrida o que si era que yo quería que me hicieran lo mismo que le habían hecho a una tía. Yo tuve una tía que la mataron en Puerto Rico cuando fue concejal.

Así que Marta volvió a tomar, una vez más, una medida de protección y decidió retirarse de la forma tradicional de hacer política, pero continúa siendo lideresa y refugio. Acá hay muchas personas: vienen y me buscan como refugio, me cuentan cosas ‘mire, Martica, me pasa esto’. Me dicen madre, otros me dicen abuela, yo digo ‘bueno, sí. Les acepto’.

Desde ese entonces han pasado años, aunque todavía quedan residuos del miedo en las paredes, en el río, en el asfalto; hoy otro es el olor del ventarrón en el Caquetá. Hace un tiempo, uno de los protegidos de Marta presentó su candidatura a un cargo de elección popular. Lo hizo para trabajar por las personas LGBT y hacerle veeduría a los recursos destinados a ellas. Al final, los votos no fueron suficientes, pero esta vez ganaron una posibilidad que antes estuvo prohibida: esta vez no tuvieron que renunciar a los sueños.