Escrito sobre las paredes y las puertas: «Verónica tiene SIDA». Escrito con aerosol: «Verónica tiene SIDA». Escrito seis veces para no dejar dudas. Jenny miró a Verónica de reojo, su amiga tenía los ojos fijos en la fachada de la casa. No sabían quién había sido. Podía ser cualquiera. Jenny recordó cómo, solo unos días antes, Garza le había apuntado con su fusil mientras almorzaba en un restaurante. «Se para o la mato, yo odio a los maricas». Habría podido ser él o cualquier guerrillero, habrían podido ser sus compañeras que creían que Jenny y Verónica se acostaban con ellos por voluntad propia, habría podido ser cualquiera del pueblo.
«Verónica tiene SIDA».
—Nos quieren fuera de Piñalito —dijo Jenny.
—Con un balde —dijo Verónica sin dejar de mirar la pared—, con un balde alcanza para pintar todo.
Antes de que pudieran ir a la ferretería, llegaron a recogerlas. Escoltas de Pitufo, una sola instrucción: llevarlas al campamento. Verónica y Jenny los siguieron en silencio. Cruzaron el río Guejar con la intuición de que no lo volverían a cruzar. Pitufo las recibió con marcadores y cartulinas.
—Me escriben aquí el nombre de todas las maricas. Todas. Las que estén en el clóset, milicianos, raspachines, traquetos, todos los que se las comieron a ustedes.
Les temblaban tanto las manos, que más de un nombre quedó como un manchón oscuro. Pitufo las dejó ir con una orden final: tenían tres días para ir a Vistahermosa y hacerse una prueba de VIH. Las dejaron ir, pero esa misma tarde colgaron la cartulina en la cancha de fútbol. Ahora no había duda, todos las querían fuera del pueblo. «Cochinas, mentirosas», les gritaron, «enfermas, sidosas». Les tiraron piedras.
—Si nos quedamos, nos matan —dijo Jenny.
Verónica ya lo sabía. Sabía que también las matarían si se hacían la prueba en Vistahermosa y llegaba a salir positiva. Sí, las matarían a las dos, quizás a todos los que aparecían en la cartulina.
—Vámonos a Villavicencio —respondió Verónica—. Nos hacemos la prueba allá y si sale negativa, nos devolvemos acá.
—¿A qué nos vamos a devolver?
—También es nuestro pueblo, Jenny.
Se fueron con la ropa que llevaban puesta. Las pararon en el retén entre Vistahermosa y San Juan de Arama, en el límite de la zona de distensión. Los guerrilleros se burlaban mientras revisaban sus papeles, pero las dejaron seguir. El alivio de llegar a Villavicencio se vio opacado por la noción de estar en una ciudad extraña, solas. Todavía con la esperanza de volver a Piñalito, Verónica decidió hacerse la prueba.
«Verónica tiene SIDA»
Seropositiva. Cuando le dieron los resultados, Jenny le tomó la mano y le dijo que volverían a Piñalito.
Verónica le sonrió.
—Así tengan que pasar años —le prometió—, pero a nuestro pueblo regresamos.