Aparece en todo el centro de la fotografía. Es el punto de fuga en la imagen. Da la impresión de gozar de cierto magnetismo: está rodeada de “maricas”. «A mí me dicen así, es la palabra que siempre usamos por caqueteños que somos, “marica”: usted es lo que usted es, usted es una marica». El pelo amarrado hacia atrás con fuerza en una cola de caballo a la que no se le escapa hebra. El brazo que sostiene la rosa también es fuerte, la tensión muscular es evidente: toda ella en contraste con las flores y también con las mariposas fucsia y neón de más de un metro de longitud, cada una, que reposan sobre el piso. Casi se puede percibir su voz, su dicción, su manera de saltar vocales y de llegar sin mayores intervalos a tonos altos. «La gente cree que yo grito, que estoy regañando o que estoy de malgenio». Dice además que su voz no está hecha para escalas menores. «No me da para manejar el tono bajo: yo vengo de que mi mamá tiene el mismo tono de voz y eso es muy difícil cambiarlo: es para que lo escuchen a uno».

Es la fotografía que da apertura a la Política Pública para personas con Orientaciones sexuales e Identidades de género diversas del Departamento del Caquetá 2018 -2028, un documento que tiene como objetivos diseñar e implementar estrategias dirigidas a la prevención y protección de violaciones de derechos humanos y crímenes por prejuicio, y promover el ejercicio pleno de derechos económicos, sociales, políticos y culturales de las disidencias de géneros normativos que viven en el Caquetá. Un documento firmado por el gobernador, por la secretaría de gobierno y, entre otras, por Idaly Santos Rodríguez que, en ese momento, año 2019, aún desempeñaba el papel de representante del Subcomité de participación de los sectores sociales LGBTI.

Idaly, con su rosa en la mano, también sonríe como sonríe cuando se presenta, diciendo: «soy una mujer lesbiana, activista, me autoreconozco, me quiero y me valoro». Tiene cuarenta y ocho años, nació y creció en una vereda del municipio El Doncello llamada Las Palmas. En su quehacer como activista, Idaly se hizo amiga de un excombatiente que le «decía que la vida en su mundo de la insurgencia era muy duro, porque allá nadie se dio cuenta de que era gay». Es una forma de invisibilidad impuesta en beneficio de la supervivencia. «Ahora trabajo muy de la mano con los reincorporados, tenemos dos centros en este momento acá en el Doncello».  

Y con la misma fuerza con la que se peinó para la foto, ella repite que es «una mujer lesbiana y activista» aunque los grupos armados «decían que ser homosexual era una enfermedad y que no debíamos nosotros de existir». Se mantuvo durante años bajo una sombra larga y árida, como su amigo insurgente, con «miedo de decir las cosas, de decir lo que uno era por el mismo temor a que de pronto lo desaparecieran. El ámbito no era muy cortés en ese entonces. Teníamos que vivir en la doble militancia, como lo llamábamos nosotros. La doble vida. Teníamos que fingir: tener un hombre al lado, aun siendo homosexual».

Para ella el día a día fue y sigue siendo, dice, una serie de apuestas hechas sobre una ruleta. «Hay que saber la ficha para no perder el ritmo». Y conociendo a profundidad la ficha de su propio deseo, la jugó: decidió ser madre. Lo primero, por supuesto, fue la apuesta por la adopción y no salió «porque a los maricas no nos daban los hijos, así fuéramos lesbianas o lo que fuéramos», así que la opción que encontró más viable fue relacionarse con un hombre y quedar embarazada. Su hijo hoy tiene diecinueve años, vive fuera del país y si se le pregunta por su postura respecto a su origen, dice que tiene dos madres: Idaly y su abuela. Se fue hace dos años y le dice a su madre que en cualquier momento aparece. «Y bienvenido será», responde Idaly. «Ya es un hombre, se le ha dicho lo que es bueno y lo que es malo». Tenga la edad que tenga, Idaly nunca le aceptará una insolencia. Aumenta la aspereza de su voz: «puede tener 10 hijos, puede tener 50 mujeres, pero a mí me respeta». Es la misma aspereza, quizás, que exhiben sus manos a causa de los rigores laborales: esa mano que sostiene la rosa. Es la misma dureza que ha tenido que abrazar para desempeñarse, entre otras ocupaciones, como maestra en mano de obra blanca, tecnomecánica de motos y jornalera en cultivos. Y también, por supuesto, como activista.

Echar pala y revolver la mezcla del cemento no es una tarea sencilla, mucho menos delicada. Se involucra el cuerpo casi por completo. Sin olvidar, por supuesto, la vehemencia del tiempo: el sol, la lluvia, el viento. Sus compañeros de trabajo son hombres con cascos, salpicados de pintura, de manos gruesas. «Yo trabajo en alturas y hay muchos hombres a los que les da vértigo. A mí no. Tengo un amigo que no se sube a una escalera de más de dos metros porque se marea. Yo sí me subo a una de seis metros, de diez metros, en los andamios». Mira hacia abajo estando arriba, dice Idaly, y ve hombres pequeños. «Yo tengo una prima que tiene su pareja y juntas trabajan también en construcción, lo que es mano de obra negra, pisos, paredes, repello». Solo ellas tres, calcula Idaly, ejecutan ese tipo de trabajo en la zona. 

Otra obra que gozó del trabajo de Idaly fue la primera manifestación con travestis en su municipio. «Nunca habían hecho una muestra de este tipo dentro del desfile de San Pedro, de las niñas que iban a bailar el San Juanero. Yo hablé con el encargado de la Casa de la Cultura y me negó el espacio. Fui y hablé con la señora alcaldesa, le dije: Sandra, yo quiero sacar a los muchachos, yo los quiero sacar dentro del protocolo. Ella dijo: listo, Ida, se van en la última. Entre todos aportamos, conseguí un carro prestado, todo fue prestado. Nos iban a mandar de últimos pero no. Luego nos dijeron: ustedes se hacen de primeros».

Dos carrozas con dos personas dragueadas. Idaly Santos ondeando una bandera.

La gente empezó a unirse.

Casi veinte personas acompañan a Idaly en la foto. Debajo de ellas una bandera multicolor sostiene a la mayoría: uno de los símbolos que ha representado la unión de ideas diferentes y formas variadas de vivir el mundo que terminan encontrando cauce hacia una causa más grande que, ojalá, pueda abrazarlas a todas en su diversidad y con las pautas sociales contra las que aún, consciente o inconscientemente, luchen. La foto es el resultado del trabajo de muchas personas que como Idaly van dejando una ruta marcada por donde pasan. «Detrás de mí vendrán otros que quizás valoren o no todas estas brechas que he abierto. Con el transcurrir del tiempo alguien se va a acordar del nombre de uno. Lo recordará por el carácter o por los madrazos que, en su momento, con rabia, he dicho. Pero alguien se va a acordar».