Germán llegó a la reunión sin saber para qué lo habían llamado. Nada bueno si Manuel estaba involucrado. «Maricón amigo de paras», eso se decía de Manuel en San Onofre. A Germán le molestó que le hablara enfrente de todos, la gente podría sospechar.

No quería ir a la reunión, pero ¿qué otra opción había? ¿Un balazo entre ojo y ojo? Peor, podrían llevárselo a ‘la última lágrima’. Allá la gente suplicaba por un tiro en la cabeza. Cuando llegó a la reunión, miró a los demás. Manuel, Mario, Lucas, Adrián, Pedro. En ese momento Germán lo supo: todo San Onofre se enteraría. Pensó en irse, escapar, arriesgarse a ‘la última lágrima’, lo que fuera con tal de que su familia no se enterara. No tuvo la oportunidad. Alias ‘Oso’ entró al comedor, se sacó la pistola y la puso sobre la mesa.

—No se preocupen que si hacen caso no les va a pasar nada—dijo.

Iba a hacer una fiesta, les explicó, un fiestón como nunca para el cumpleaños del comandante Cadena. No podía faltar nada: comida, trago, música ni, por supuesto, entretenimiento.

Germán miró de reojo a los demás, nadie parecía respirar.

—¡Boxeo! —se rio Oso—. Maricón contra maricón.

Les prometió que habría premios para todos, incluso para quienes perdieran la pelea. Lo dijo con entusiasmo, como si no supiera que no habría ganadores, con los paramilitares nunca los había.

Los recogieron a las ocho de la mañana en el día de la fiesta. Al principio Germán no pudo abrir la puerta de la camioneta, se le habían entorpecido las manos. Una vez adentro miró a los demás, todos forzaban sonrisas, pero se les escurrían gotas de sudor por el cuello. Incluso Manuel, que reía y repartía ron, tenía una vena hinchada surcándole la frente. Mientras la camioneta se alejaba del pueblo, Germán recordó que era el día de la madre.

Cuando llegaron al Alto de Julio, el Oso los recibió vestido de civil. Les dieron guantes a todos, cortesía del Instituto Municipal de Deporte de San Onofre. Fue como ponerse un disfraz. Las carcajadas empezaron tan pronto los vieron salir al ring. Germán no se atrevió a mirar al público. Tenía miedo de encontrar a alguien de su familia. Le pidió a Dios que su madre no estuviera ahí.

Germán miró a su contrincante. Lucas tenía los guantes un poco chuecos. Ninguno de los dos quería golpear al otro. La gente se burlaba. Ambos dieron vueltas por el ring. «¡Ay! ¡cómo desfilan!». Hubo chiflidos. «¡Péguele, péguele, que el reinado ya pasó!». Risas. Germán le dio a Lucas en el pecho. Risas. Fue un golpe suave, pero le pidió perdón con los ojos. Lucas no se merecía eso. Risas. Ninguno de los dos lo merecía. Risas. Germán imaginó a su madre llorando entre el público. Risas.

Cuando la pelea terminó, Oso les dio algo de dinero y los invitó a quedarse el resto de la noche. Germán se fue a la casa. En la cabeza las carcajadas no le dejaban pensar en qué le diría a su familia, a su madre. No habría nada que decir, todo San Onofre ya sabría sobre la fiesta, sobre el boxeo. «Maricón contra maricón». Risas.

Apenas abrió la puerta y vio a su madre, Germán temió que se le escurrieran las lágrimas que tenía guardadas desde la pelea. Su madre lo vio. Su madre lo abrazó. Lo abrazó con tanta fuerza que las risas se fueron acallando hasta que lo único que quedó fue su voz diciendo:

—Gracias a Dios no me lo mataron.